Los adolescentes y las apuestas: cuando el juego y la diversión dejan paso al descontrol y al sufrimiento.
El juego patológico, también llamado ludopatía, se define como una dificultad para controlar los impulsos de seguir jugando y apostando a pesar de los daños y pérdidas ocasionados.
El juego de azar y las apuestas tienen un riesgo inherente, pero también existe una posible recompensa. Esto actúa en el cerebro como una droga, pudiendo generar una adicción.
No toda persona que se inicie en el juego desarrollará un problema. Son múltiples las causas y los factores que confluyen y derivan en dicho trastorno. Vemos como en la actualidad se están favoreciendo este tipo de factores, y esto afecta sobre todo a uno de los grupos más vulnerables: los adolescentes.
Cuando pensamos en ludopatía nos viene a la mente la imagen del jugador clásico, señor de 40-60 años que, copa en mano, se dedica a echar monedas en las tragaperras o a apostar en la ruleta. Sin embargo, esto está dejando paso a otro tipo de jugador y a otro tipo de juego.
Desde hace años vemos un cambio progresivo en el perfil del adicto a los juegos de azar, más centrado en el adolescente y adulto joven. Lejos de estar frenándose esta tendencia ocurre justo lo contrario, crece a pasos agigantados.
Los adolescentes y las apuestas: un problema creciente
El juego ha formado parte del adolescente durante toda su vida. Ahora, en una nueva etapa de descubrimiento, entrar en contacto con las apuestas puede resultar un nuevo aliciente: el componente azaroso, el premio económico asociado, la diversión acompañada con amigos, la aparente sencillez…todo ello son elementos que favorecen su inmersión.
Estamos asistiendo a un problema creciente sin ser del todo conscientes y siendo en ocasiones partícipes de ello. Las adicciones sin sustancias (juego, internet, móvil, compras trabajo…) están mejor vistas a nivel social, más normalizadas, pasando incluso desapercibidas. Esto en parte se explica por la dificultad como sociedad para desconectar de las tecnologías que nos “atan” a la red. No somos plenamente conscientes, pero no podemos marcar unos límites claros, pedir responsabilidad y mesura si no somos un ejemplo.
Los datos al respecto son claros y llamativos. Las últimas encuestas realizadas en España llevadas a cabo por el ministerio de sanidad (ESTUDES), reflejan cifras cada vez más alarmantes. El 10,3% de los jóvenes entre 14 y 18 años realizan apuestas online y el 22,7% de forma presencial. La mayoría se inicia entre los 14 y 16 años. Entre los 15 y 22, los españoles adictos al juego están a la cabeza de otros países de Europa. Algunos informes arrojan que los casos de ludopatía en adolescentes están duplicando ya los del juego patológico clásico en los adultos.
¿Por qué afecta tanto a los más jóvenes?
Hace años que se empezó a percibir un cambio de tendencia en el jugador y esto en parte ocurre por cómo está diseñado el sistema de apuestas y juegos, así como por su mecanismo de captación.
Existe toda una estrategia detrás para llamar la atención del potencial cliente, captarlo, adherirlo y hacerlo participe de un estilo de vida que le ofrece lo que busca y desea. Todo ello a través de la tecnología, que no resulta una desventaja precisamente para la gente más joven. Existe publicidad en los medios encargada para ello. Se presenta a gente exitosa, personalidades relevantes e ídolos juveniles se muestran como ejemplo y conducta a seguir.
La diana de la publicad y las casas de apuestas es la población más joven, la más expuesta y por tanto, la más vulnerable. A esto se le suma cierta inmadurez e impulsividad, así como expectativas de cambio, deseos y fantasías que pueden favorecer su introducción. Por otro lado, no es preciso grandes cantidades económicas para iniciarse, a veces incluso sin dinero se puede empezar, pudiendo recibir bonos regalo que, sin duda, el casino sabe cómo rentabilizar.
Probar los juegos de azar no implica desarrollar ludopatía
Para que se desarrolle un problema como la ludopatía es necesario sin duda exponerse, y además repetidas veces.
Sin embargo, existen una serie de factores que pueden predisponer a ello. Problemas psicológicos, baja autoestima, falta de asertividad, pobres habilidades sociales, familias disfuncionales o escasa comunicación familiar, problemas sociales… Son claramente factores que pueden influir, pero no son determinantes y existen a su vez muchísimos otros.
Resulta relevante destacar en este sentido la importancia del ambiente familiar, de la comunicación eficiente y de la confianza, ya que el juego se puede utilizar como mecanismo de evasión por ejemplo por dificultades de interacción e insatisfacción personal.
El juego puede aportar esa distracción y aliciente que no se estaba obteniendo hasta ahora de otro modo, reforzando la única vía de escape para la realidad del adolescente.
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Aún así, el problema es complejo y el primer contacto viene influenciado por otros tantos motivos:
- A nivel social, la necesidad de sentirse identificado con otros, como forma de relacionarse, normalizando el comportamiento.
- Probar actividades nuevas, formas de escapar del aburrimiento, siendo no solo entretenido, sino excitante, asociando el azar y la recompensa económica en un ambiente lúdico y en muchas ocasiones con el deporte por medio, como aliciente añadido.
- Esto influye inevitablemente en el estado de ánimo, pudiéndose emplear con este objetivo.
- Puede hacer crecer la autoestima.
- La influencia de la publicidad resulta vital, los mensajes que ídolos juveniles lanzan calan en ellos; no pueden obviarlos e ignorar una puerta de entrada “al disfrute y al éxito”.
Otros factores más específicos que pueden favorecer el contacto con los juegos de azar y la pérdida de control son:
- La facilidad de acceso a internet, las 24 h del día con el móvil siempre encima.
- El que no haya filtros o ningún tipo de limite por parte de los padres.
- Dedicar excesivo tiempo al ocio y a las tecnologías. La diversidad de juegos y apuestas existentes también favorece a ello.
- La inmediatez de acceso y rapidez de apuesta, resultado y recompensa.
- La dependencia de las tecnologías, ya que pasar excesivo tiempo conectados facilita el descontrol. El 40% de los adolescentes entraron a los juegos a través del móvil.
Del juego normal al juego patológico
El desarrollo del juego patológico no siempre es evidente desde sus inicios. Si nos encontramos con un adolescente que presenta:
- Dependencia emocional del juego, habiendo pocas actividades que le refuercen más que eso.
- Que pasa excesivo tiempo jugando e invirtiendo, más de lo planeado.
- Que los pensamientos giran constantemente entorno al jugar y volver a jugar, sobre todo si se pierde.
- Y no se puede resistir a volver a jugar a pesar de las perdidas…
Tenemos claramente indicios de un desarrollo patológico instaurado, sin embargo, puede haber existido una fase de ganancias al inicio que no hicieran pensar en el problema que estaba por desarrollarse.
En la mayoría de ocasiones esto sin duda es peor, se crea una ilusión de control y poder que favorecerá el seguir jugando y ganando. De forma desorganizada y sin ningún tipo de estrategia ni sistema, a través de la emoción, el impulso o la corazonada. El fracaso está anunciado, pero el adolescente optimista todavía no es consciente.
Empieza una racha de pérdidas que son mucho mayores que las ganancias y con cada ganancia una ilusión que se desvanece rápidamente, creando una espiral de frustración, así como de pérdida de tiempo y dinero.
En la medida de lo posible intentará recuperar lo perdido apostando más, en ocasiones pidiendo dinero o incluso robándolo.
La familia empieza a percatarse y tratará de poner remedio en esta fase. Pero el problema puede continuar, agravándose las pérdidas y acrecentando el problema y el malestar, derivando en tensiones familiares, académicas y laborales de mayor gravedad.
Existe una fase final en la que el agotamiento psicológico predomina, con toda pérdida de esperanza, de recuperar lo ganado, pero aun así persiste la necesidad de jugar como único aliciente.
Los adolescentes y las apuestas: el daño generado
Durante todo este proceso se asiste a un deterioro en las distintas esferas de la vida del adolescente:
- A nivel personal gran afectación de la autoestima. La decepción y la mentira se instaura, dejando paso a elevado malestar emocional, ansiedad, tristeza e irritabilidad. Esto conlleva en ocasiones asociar consumo de sustancias.
- Otras áreas afectadas son a nivel económico, a nivel académico o laboral, a nivel familiar, generando un desgaste y una tensión creciente difícil de gestionar. A nivel social se pierden contactos y se produce un aislamiento. Pueden aparecer también problemas con la justicia.
El mejor tratamiento es la prevención
Visto que el perfil de la persona afectada por problemas con el juego está cambiando hacia población más joven y conocidos, en mayor o menor medida los motivos, resulta necesario indagar en cuales son las medidas preventivas que pueden resultar más eficientes e invertir esta tendencia.
El juego con las nuevas tecnologías se inicia cada vez con anterioridad. Resulta imprescindible en estas etapas más tempranas limitar el tiempo de juego, así como favorecer otro tipo de distracciones, fomentando la responsabilidad y el autocontrol en la medida que el niño se desarrolla.
Existen filtros y herramientas tecnológicas que pueden resultar útiles y favorecen la supervisión y el control en ciertas etapas, siendo una opción más dentro del trabajo de prevención y educación. En este sentido la información por parte de los padres resulta necesaria. Estar informados y “conectados” a las últimas tecnologías y tendencias puede facilitar la comunicación con los hijos, entendiendo cierto tipo de comportamientos. Las políticas que regulan la publicidad, a quien van dirigidas y de qué modo la plasman, también pueden resultar eficientes.
Como en todo trastorno, los factores influyentes son muy diversos y complejos, pudiéndose instaurar aun así un problema con el juego a pesar de toda medida tomada.
En este caso, una buena comunicación, respeto y confianza favorecerá que pueda ceder un comportamiento problemático cuanto antes, o al menos que se atreva a reconocerlo y decida con ayuda iniciar un tratamiento.