Aumenta la mortalidad por consumo de drogas en los EE.UU.

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En una investigación publicada hace unos días por The New York Times se desvelaba que la cifra oficial de muertes causadas en 2016 por sobredosis se situó entre 59.000 y 65.000 personas. En 1990 perdían la vida 8.413 personas por esta misma causa, mientras que en 2016 fueron 59.000 muertes.

La mortalidad, que no el consumo, causado por las drogas es ocho veces mayor hoy en día que en la mortalidad causada por la ola de heroína que asoló a Estados Unidos en los 70 o que la catástrofe del crack en los 90. Los centros de desintoxicación y las clínicas específicas para el tratamiento de las adicciones en el país no dan abasto, y no todos los seguros médicos cubren tratamientos de opiáceos.

El problema se pone en evidencia cuando se observa que el índice de muertes por sobredosis por cada 100.000 habitantes ha pasado de 6’1 en 1999 a 14’7 en 2014, según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos. De hecho, en los últimos tres años, sólo las muertes anuales por sobredosis han sobrepasado a las muertes por arma de fuego en el pico de los violentos 90, las de la epidemia del SIDA de aquellos mismos años o las muertes por accidente de coche en los 70, cuando se empezó a actuar por una normativa estricta contra este tipo de sucesos.

Precisamente, frente al éxito de las campañas en otros ámbitos, como el de la seguridad vial, que ha logrado una reducción en el número de muertes de 25 de cada 100.000 a 10’8, la concienciación para la reducción del consumo de opiáceos ha fracasado estrepitosamente: ahora sabemos que 18 personas de cada 100.000 han fallecido en 2017 por sobredosis. En 2014 eran 14’7 personas, y en 1999 sólo eran 6 de cada 100.000.

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Si se prima el bienestar público como pilar fundamental sobre el que asienta la sociedad, el debate urgente que debería estar encima de la mesa en Estados Unidos no sería la inmigración, el terrorismo o la contaminación, sino la drogadicción y la adicción a tóxicos.

A esto hay que sumar las recientes noticias sobre el repunte del consumo de los opiáceos y la heroína, al parecer debido al nivel de desempleo, la insatisfacción laboral y de dificultades para el mantenimiento económico. Cada vez más estadounidenses, sobre todo blancos pobres de zonas humildes, se están enganchando a aquella droga mortal que causó una oleada de pánico en los 70 y que es a día de hoy relativamente fácil de conseguir.

Junto a ello, se viene denunciando en el país el abuso de fármacos legales para rebajar la ansiedad o la depresión, y que también son muy adictivos, que salieron a la luz por casos como el fallecimiento del cantante Prince por consumo de fentanilo, un sedante altamente adictivo. Y es que se estima que hay más gente tomando analgésicos (unos 95 millones de ciudadanos los consumen con receta) que fumando.

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